País

Gabón

Frodo lo sacó del bolsillo del pantalón, donde lo guardaba enganchado a una cadena que le colgaba del cinturón. Lo soltó y se lo alcanzó lentamente al mago. El Anillo se hizo de pronto muy pesado, como si él mismo o Frodo no quisiesen que Gandalf lo tocara.

Gandalf lo sostuvo. Parecía de oro puro y sólido.

-¿Puedes ver alguna inscripción? -preguntó a Frodo.

-No -dijo Frodo-, no hay ninguna. Es completamente liso y no tiene rayas ni señales de uso.

-Bien, ¡entonces mira!

Ante la sorpresa y zozobra de Frodo el mago arrojó el Anillo al fuego. Frodo gritó y buscó las tenazas, pero Gandalf lo retuvo.

-¡Espera! -le ordenó con voz autoritaria, echando a Frodo una rápida mirada desde debajo de unas erizadas cejas.

No hubo en el Anillo ningún cambio aparente. Un momento después Gandalf se levantó, cerró los postigos y corrió las cortinas. La habitación se oscureció, se hizo un silencio y se oyó el ruido de las tijeras de Sam, ahora cerca de la ventana. El mago se quedó unos minutos mirando el fuego; luego se inclinó, sacó el Anillo con las tenazas, poniéndolo sobre la chimenea y en seguida lo tomó con los dedos. Frodo ahogó un grito.

-Está completamente frío -dijo Gandalf-. ¡Tómalo!

Frodo lo recibió con mano temblorosa; parecía más pesado y macizo que nunca.